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El actor británico Christopher Lee, conocido por su labor en películas como 'Drácula, el príncipe de las tinieblas' (Terence Fisher, 1958) o la trilogía de 'El Señor de los Anillos', ha fallecido a los 93 años a causa de un infarto. Lee tuvo que ser hospitalizado por problemas respiratorios y murió el domingo, aunque no ha sido hasta este jueves cuando se ha dado a conocer la noticia a causa del deseo de su esposa, la danesa Birgit Kroencke, junto a la que permaneció durante medio siglo, de informar previamente a sus familiares.

El cine despide así a uno de sus actores más camaleónicos, un hombre capaz de transformarse en el sanguinario conde salido de la pluma de Bram Stoker o de poner rostro a Saruman, el viejo amigo y maestro del mago Gandalf que se revuelve contra los principios que un día unieron sus trayectorias para ponerse al servicio de Sauron, llevado por la codicia de poder.

Durante décadas, Christopher Lee alimentó con sus impecables actuaciones las pesadillas de millones de aficionados al género de terror. Hijo de un militar y de una mujer de buena cuna, pronto vio la cara amarga de lo que podría haber sido una idílica infancia. Sus padres se separaron cuando apenas contaba con 6 años, dejando una herida que no terminaría de cicatrizar.

Soldado del cine

Siguió los pasos de su progenitor cuando Inglaterra entró en guerra contra el Tercer Reich. Lee sirvió en la Royal Air Force (RAF), donde entró poco después de la muerte de su padre. Previamente se había presentado como voluntario para ayudar al Ejército finlandés en la conocida como Guerra de Invierno. Problemas médicos le apartaron del pilotaje, obligándole a desempeñarse como oficial de inteligencia. Muchas de sus actividades siguen siendo hoy absoluto secreto. Pero alterarían para siempre su visión del mundo y le depararían valiosas enseñanzas de las que tendría oportunidad de tirar a lo largo de su carrera cinematográfica.
"Ese no es el sonido que emite un ser humano al morir de una puñalada en la espalda", le soltó a Peter Jackson durante el rodaje de una de los filmes que integran la trilogía basada en la historia concebida por J.R.R. Tolkien, otro buen conocedor del sufrimiento bélico. El neozelandés acogió su sentencia con escepticismo... hasta que comprobó que sabía bien lo que decía.

La anécdota da buena cuenta del grado de profesionalidad de que Lee hizo gala en todos y cada uno de sus trabajos para la gran pantalla. Abandonado el uniforme, el británico comenzó a trabajar en el cine a finales de los años cuarenta. Primero le tocaron en suerte papeles secundarios en películas como 'La extraña cita' (Terence Young, 1948) o la adaptación del 'Hamlet' de Shakespeare que pergeñó Laurence Olivier ese mismo año. Allí se vería por primera vez las caras con Peter Cushing, con quien más tarde formaría equipo en numesosos títulos de terror.

El hombre que heló la sangre de los espectadores

Su elevada estatura, 1,96 metros, le convertía en el hombre ideal para, convenientemente caracterizado, helar la sangre de los espectadores, algo que no tardaría en hacer. Para entonces ya se había paseado por largometrajes como 'Moulin Rouge' (John Huston, 1952) o 'El temible tiburón' (Robert Siodmak, 1952). Pero sería Frankenstein, el monstruo al que el doctor que le puso nombre dotó de vida a base de trozos de cadáveres, el que convertiría su rostro en uno de los más populares del cine de los años cincuenta. Terence Fisher le reclutó para 'La maldición de Frankenstein' (1957), una película que cambiaría para siempre su trayectoria. Sufragado por Hammer Productions, la compañía británica fundada en 1934 por Will Hinds y que se especializaría en cintas de terror y ciencia-ficción, el filme tenía a Peter Cushing en el papel de Victor Frankenstein y contaría con un notable éxito de público.

A Lee le serviría en bandeja un torrente de roles que bebían sus raíces en los clásicos literarios del género. En los años siguientes se enfundaría los colmillos de 'Drácula', se metería en la piel de 'La momia' (Terence Fisher, 1959), protagonizaría 'El regreso de Fu-Manchú' (Don Sharp, 1965) y la barba de 'Rasputín' (Don Sharp, 1966). Se internaría también en el intrigante universo tejido por el escritor Arthur Conan Doyle alrededor de Sherlock Holmes en 'El perro de los Baskerville', la versión de la novela del mismo título que filmó Terence Fisher en 1959.

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