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 George Lucas, el magnate más rico de Hollywood, quería que Jabba el Hutt, la malvada, enorme y grasienta criatura que se incorporó al universo «Star Wars» en «El retorno del Jedi», y uno de los villanos más icónicos de la franquicia, se creara por ordenador. Pero, por una vez, no se salió con la suya. En lugar de un ser digital el orondo Jabba no era de carne y hueso... pero sí muy real, una marioneta accionada por tres personas.

Lo revela un cortometraje documental, «Slimy Piece of Worm-Ridden Filth: Life inside Jabba the Hutt», en el que el cineasta Jamie Benning entrevista al experto en marionetas Toby Philpott, uno de esos tres hombres que tenían el poco glamuroso cometido de zambullirse en las tripas de la criatura que capturó a la princesa Leia, a la que convirtió en su esclava, y colocó al borde de la muerte a Han Solo y Luke Skywalker.

Philpott explica que fueron necesarias incontables horas para crear a Jabba. Que los responsables de darle forma llegaron a trabajar «80 horas a la semana». Y, sin embargo, «George Lucas no estaba impresionado. Hubiera preferido crearlo con CGI [imágenes generadas por ordenador], incluso entonces [años 80], pero la tecnología no estaba disponible. No estoy seguro de que estuviera totalmente convencido con una marioneta en tres dimensiones», comenta.

«No le satisfacía que Jabba no pudiera moverse, por ejemplo, a pesar del hecho de que es una babosa gigante que rara vez va a ninguna parte», añade Philpott con cierta retranca.

Mover brazos y lengua

Una de las partes más interesantes del documental radica en la explicación de cómo consiguieron generar la apariencia de que la marioneta, en realidad, era una criatura viva. En el claustrofóbico entorno que eran las tripas del monstruo, los hombres ocultos tras el corpachón de Jabba trabajaron «hombro con hombro». El brazo derecho de uno era su brazo derecho, y el izquierdo del otro era, también, el izquierdo de Jabba.

A Philpott le resultó de gran utilidad el hecho de ser ambidiestro. Con la mano libre podía manejar la famosa (y repugnante) lengua del ser. También había que accionar la boca, mientras uno de ellos leía los diálogos (posteriormente esa voz se dobló). Y todo esto, sin olvidar la cola, que también tenía su protagonismo. Toda una demostración de que, a menudo, lo real, aunque sus entresijos tengan poco de sofisticado, es mucho más disfrutable que lo virtual.

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